El grito, Edvard Munch
«Quieto, temblando de ansiedad, un grito infinito que atravesaba la naturaleza.» Munch fue autor de poemas; en uno de ellos escribe la experiencia, quizás el recuerdo, de su infancia turbada, que expresa en este cuadro, anticipo del mundo del Expresionismo.
La fuente de inspiración para El grito podría encontrarse, quizá, en la atormentada vida del artista, un hombre educado por un padre severo y rígido que, siendo niño, vio morir a su madre y a una hermana. En la década de 1890, a Laura, su hermana favorita, le diagnosticaron una dolencia bipolar y fue internada en un psiquiátrico. El estado anímico del artista queda reflejado en estas líneas, que Munch escribe en su diario hacia 1892:
Paseaba por un sendero con dos amigos – el sol se puso – de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio – sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad – mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.
Situados, físicamente, frente al cuadro, el sonido es inaudible. Para reforzar el silencio angustioso del grito, vemos a dos paseantes que no se conmueven ante ese desamparo. Resulta difícil resistirse a la influencia de la locura que intenta transmitir el hombre que está situado en primer plano con la boca abierta y con las manos tapándose los oídos para no escuchar su propio e incontenible grito que es, también, el grito de la naturaleza. El «gritador» está reducido a una mísera apariencia ondulante en un paisaje de delirio.
El grito es un grito sobre el sentido de la existencia. Ante la angustia existencial hay dos soluciones. Olvidar las preguntas que no tienen respuesta, y huir. Es la postura adoptada por los dos paseantes que siguen las líneas rectas hacia la inexistencia del punto de huida. O bien dudar de la propia existencia. Esta última es la que adopta el «gritador».
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